La Historia

CONTEXTO HISTÓRICO DEL PERSONAJE

INTRODUCCIÓN

Los frares templarios de Monzón forjaron una leyenda que discurre a través de 166 años. Tras los muros de su castillo almacenaron diezmos, ganaron guerras, resistieron asedios y educaron reyes.
Jaime I, rey de Aragón, fue educado en Monzón entre 1214 y 1217 por el maestre templario Guillem de Mont-rodón, infanzón que llegó a la maestría por su coraje y su labor al lado de Pedro II. Tres años determinantes para su futuro. Adéntrate en el Homenaje que cada año los montisonenses celebramos en honor al maestre templario.

La encomienda templaria de Monzón

A la muerte del primer maestre del Temple, Hugo de Payns, en 1136, la orden se había extendido por toda Europa: las donaciones se multiplicaban, las encomiendas florecían y su poder crecía a pasos agigantados.
La entrada de la Orden del Temple en el reino de Aragón y los condados catalanes hemos de situarla a inicios de la década de los treinta del siglo XII. En el año 1131, antes de su muerte, el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, ingresaba en la orden y les concedía el castillo fronterizo de Granyera de Segarra. En 1132 sería Ermengol IV de Urgell quien les concedería el castillo de Barberá. Pero el hito fundamental fue el testamento redactado en Bayona en 1131 por Alfonso I el Batallador, en el que legaba el reino de Aragón, a partes iguales, a las órdenes religiosas del Temple, del Hospital de San Juan de Jerusalem y del Santo Sepulcro. En 1135, García Ramírez, rey de Navarra, donaría al Temple lo que sería más adelante la primera encomienda templaria en Aragón: Novillas.

Tras la ayuda que diez caballeros templarios prestaron al conde de Barcelona y princeps de Aragón, Ramón Berenguer IV, en 1149 en la conquista de Lérida y Fraga, la Orden del Temple ocuparía numerosos feudos en Aragón y Cataluña; territorios ricos y florecientes. Asimismo, el comites barchinonensis haría también entrega a los templarios de otros privilegios, como el diezmo de todas las rentas del reino, mil sueldos anuales en Zaragoza y Huesca, y un quinto del botín de las cabalgadas, algo que el papa ratificaría tiempo después. Sin lugar a dudas, estas concesiones se hicieron para resarcir a la orden por haber renunciado al testamento de Alfonso I el Batallador. Entre las donaciones del conde de Barcelona se incluían los castillos de Monzón, de Mongay (o Montegaudio, también en Monzón) y de Chalamera; se constituía de ese modo la encomienda templaria de Monzón.

Desde el año 1149 tenemos a la Orden del Temple organizando lo que en las décadas posteriores se convertiría en la encomienda templaria más próspera de la Corona de Aragón. A partir de 1192 la encomienda de Monzón queda totalmente formada en las tierras del Cinca. La componían veintiocho iglesias con sus distintos lugares. A saber: Iglesia de San Juan (Monzón), Crespán (Fonz), Cofita, Ariéstolas, Castellón Ceboller (Castejón del Puente), Pomar, Estiche, Santalecina, Larroya (Santalecina), Castellflorite, Alcolea, Castaillén (Castellflorite), Sena, Sijena, Ontiñena, Torre de Cornelios (Alcolea), Chalamera, Ballobar, Ficena (Belver), Calavera (Belver), Casasnovas (Binaced), Valcarca, Ripol, Alfántega, San Esteban de Litera, Almunia de San Juan, Binahut (Castejón del Puente), Morilla y Monesma. Los templarios ejercían la jurisdicción civil, criminal y religiosa en tales territorios. Junto a las poblaciones arriba mencionadas, se sabe que la orden disponía de una red de explotaciones ganaderas distribuida por las partidas de la Armentera (Monzón), el Cascallar (Monzón), Benahut (Castejón del Puente), Torregrosa, Valonga, Alfages, Coscollola, Serralada, Conill y Casasnovas.

A la cabeza de la encomienda se situaba el comendador, que tenía su sede en el castillo de Monzón. Era asistido por el resto de frares, que constituían el cabildo templario; entre ellos estaban los caballeros, los sargentos, los capellanes y los donados. Para la gestión de la encomienda, el comendador de Monzón se apoyaba en otros subcomendadores alternos que operaban en La Litera, La Ribera (del Cinca), Cofita y Chalamera. La ciudad de Monzón disponía de almudín, justicia (alcalde), bayle (administrador) y adenantati (concejales), todos ellos nombrados por el comendador.

La actividad económica resultaría, a la sazón, el poder más sobresaliente de los templarios. Favorecidos por las disposiciones reales y papales, los templarios amasaron verdaderos imperios en pocas décadas. En el armazón económico que sostenía a la orden, hay que destacar las múltiples donaciones de reyes y nobles, pero también de personas de escaso nivel adquisitivo. Sus ingresos fundamentales venían a través de las rentas, limosnas y legados piadosos. Eran dueños de propiedades básicas de producción como hornos, molinos, acequias, almazaras, lagares, etc., lo que les erigía como los verdaderos señores feudales de todo un territorio. Asimismo, los diezmos y primicias de las iglesias que administraban también les reportaban pingües beneficios. Y junto a todo esto, llevaron a cabo el sistema de permutas de bienes. Las posesiones de las encomiendas se administraban por medio de los denominados censos enfitéuticos, mediante los cuales los templarios cedían un bien en concepto de feudo a sus vasallos para que lo mantuvieran y/o lo mejoraran.

DARÍO ESPAÑOL SOLANA
Miembro de la Sociedad Española de Estudios Medievales.

Guillem de Mont-rodón

“E hagueren acord, quan foren en Catalunya, qui ens nodriria. E acordaren-se tots que ens nodris lo maestre del Temple en Montsó: e son nom d’aquell maestre era Guillem de Mont-rodón qui era natural d’Osona, e mestre del Temple d’Aragó i en Catalunya”

Con estas palabras homenaje a el rey Jaime I a su tutor de infancia, Guillem de Mont-rodón, dictadas por él mismo (se cree que no sabía leer ni escribir) y recogidas en el Llibre dels feyts.

Guillem de Mont-rodón nació en 1165 en el término de Taradell, en la comarca catalana de Osona, en el seno de una familia de la baja nobleza: los Mont-rodón, vasallos de la poderosa casa Centelles. Su padre fue Guillem I de Mont-rodón, que a su vez era hijo de Ramón Bofill y de Maiassendis. Su madre tenía por nombre Guilleuma. Fue el segundo de cuatro hermanos: Ferrer I, el mayor, que heredaría las tierras de la casa; Adaledis y Saurina. Como era natural en las familias nobles de la Corona de Aragón durante el medievo, los hijos segundones eran destinados a ingresar en las órdenes religiosas o en las órdenes militares; ese fue el caso de Guillem de Mont-rodón. A los veinte años se traslada a Barcelona, donde residirá hasta que ingrese formalmente en la Orden del Temple el 18 de agosto de 1203, a los treintaiocho años de edad; en su testamento de tránsito de la vida seglar a la monacal dirá que abandona las cosas de siglo para darse a sí mismo como fraile de Dios.

Su proximidad a la casa Centelles le granjea buenos contactos en la corte de Pedro II el Católico, por lo que en 1207 accede al cargo de comendador de Gardeny (Lérida). Desde octubre de 1211 a mayo de 1212 será comendador de Masdeu (Rosellón) y acompañará desde entonces al rey en las campañas militares que emprende: en 1212 en las Navas de Tolosa, batalla en la que tomó partido contra el infiel; no así en la de Muret, en 1213, pues la regla no permitía a los templarios batallar contra enemigos correligionarios. Probablemente la regla templaria le salvó de la muerte, pues la derrota supuso un terrible descalabro para la cúspide de la pirámide feudal de la Corona que terminó hasta con la propia vida de Pedro II el Católico.

Ese mismo año de 1213 es nombrado Maestre de la provincia templaria de Aragón, Cataluña y Provenza. El papel que jugará a partir de entonces será crucial. Integrará la embajada aragonesa que viajará a Roma para pedir al papa Inocencio III que interceda para la liberación del pequeño rey Jaime, en manos de Simon de Monfort que lo retiene en Carcassone. Una vez liberado, el joven monarca será enviado a Monzón, sede en esa fecha de la provincia templaria, para que el capítulo de frares que comanda Guillem de Mont-rodón le eduque junto a su primo Ramón Berenguer de Provenza, de su misma edad. Serán solo tres años, pero supondrán un lapso de tiempo crucial para su educación: de 1214 a 1217.

En 1220 abandona el maestrazgo para convertirse en simple frare. A partir de esa fecha ocuparía un puesto destacado en el consejo de joven rey como responsable de la hacienda pública, muy mermada desde el reinado de Pedro II. Ese cargo ostentará hasta que le sobrevenga la muerte en 1225.

DARÍO ESPAÑOL SOLANA
Miembro de la Sociedad Española de Estudios Medievales.

Jaime I y los Templarios de Monzón

La batalla de Muret supondrá el hito más importante de la corta historia del estado feudal denominado Corona de Aragón. No solo por el desastre que supuso en la cúpula de poder, pues hasta el propio rey Pedro II moriría en batalla, sino porque supondría, a la sazón, que los reyes aragoneses, en lo sucesivo, girarían el timón del barco expansionista cuarenta y cinco grados en dirección al levante y al Mediterráneo, rompiendo con la tradición de expansión ultrapirenaica. El devenir histórico de los siguientes quinientos años de la Corona no se entendería sin el resultado decisorio de la batalla.

Los señores del Midi francés, vasallos del rey Pedro, mancillados por la acusación de la herejía cátara, serán combatidos a partir de 1209 por el rey francés y el papa Inocencio III, de la mano de Simón IV de Montfort, quien había roto las negociaciones e instado al pontífice a que declarase nuevamente la cruzada contra la herejía cátara. El rey Pedro se vio en la disyuntiva de proteger a sus vasallos o someterse a los designios papales, a quien, a su vez, el propio monarca se había infeudado (desde que su antepasado Sancho Ramírez le rindiera homenaje). Eligió, quizás, la opción de buen señor, pero declinó la de buen vasallo.

El desastre supuso la consumación de una política fallida y de una administración catastrófica, que puso el futuro de la Corona en entredicho. Su hijo Jaime, niño y heredero, se mantenía preso en Carcassone en manos de su vencedor, pues Simon de Montfort había tomado al niño como rehén a cambio de la palabra de su padre de no intervenir. Palabra que, como hemos visto, sabía que no iba a cumplir acaso antes de darla.

Tras el desastre, una delegación de aragoneses y catalanes viajó a Roma para solicitar al papa Inocencio III que intercediese para que el niño fuera devuelto y, de esa forma, restablecer la línea de sucesión; aquella delegación sabía lo que hacía, pues el reino estaba dividido y enfrentado; los nobles, a falta de cabeza de gobierno, se habían alzado en aras de mayores prebendas señoriales. Tras su devolución, y dada su minoría de edad, el niño fue confiado al cabildo templario de Monzón junto a su primo Ramón Berenguer de Provenza, de su misma edad, en cuya encomienda y castillo residía la sede general de la Orden del Temple en Aragón y Cataluña. Sin duda, esta decisión tenía una doble premisa: por un lado, la facción partidaria de la sucesión real veía en los templarios la mejor opción para inculcarle al joven Jaime los valores propios del rey, del caballero y del cristiano en que se convertiría; por otro, qué mejor que un cabildo templario para defender al travieso mocoso de todos los peligros que le acechaban, pues las facciones opositoras planeaban secuestrarlo o acabar con su corta vida.

Sea como fuere, los tres años que el joven rey residió en el castillo de Monzón, de 1214 a 1217, fueron fundamentales para la educación del pequeño. Y no cabe sino a la historia remitirse para constatarlo.

DARÍO ESPAÑOL SOLANA
Miembro de la Sociedad Española de Estudios Medievales.

Guerra y poder feudal en el S. XIII

La Edad Media fue un periodo oscuro y gris, dice la máxima extendida entre ciertos sectores historiográficos. A pesar de que esa afirmación requiere no pocos matices, puede decirse que el arte de la guerra contribuyó a extenderla. Con todo, la guerra, considerada como lid campal donde los guerreros batallaban de forma individual y con poca compenetración hasta formar una carnicería sobre el campo de batalla, no fue tan oscura y gris como se ha venido considerando; la organización militar existió, tanto que durante el medievo se nacía y vivía para la guerra. La ingeniería militar moldeó los ejércitos y los guerreros a lo largo de sus mil años de historia, donde ningún detalle era dejado a su suerte: el caballero era una cara inversión que convenía mantener con vida.

La Corona de Aragón vivió a lo largo del siglo XIII un periodo de expansión irrefrenable. Esa centuria será testigo de cómo los monarcas aragoneses abandonan el sueño imperial del Midi francés tras la derrota de Pedro II en Muret, y que quedará refrendado en el tratado de Corbeil de 1258, y de cómo se inicia con su hijo Jaime I la expansión mediterránea (conquista de Mallorca y Valencia), continuada por Pedro III (conquista de Sicilia).

A lo largo de este siglo, la armadura del caballero aragonés evolucionó al ritmo europeo, pero desarrollando peculiaridades propias. La incorporación de la sobreveste o sobrecota, traída de Tierra Santa; la utilización del perpunte sobre la loriga o la preeminencia del capacete serán algunas de las características evolutivas básicas de la armadura, cuya culminación total comenzará a darse a partir de mediados del siglo XIV, cuando las placas de acero hagan su aparición y terminen por cubrir completamente en los siglos posteriores el cuerpo del caballero.

En pleno fervor por viajar a Tierra Santa, el caballero del siglo XII irá adoptando innovaciones en su panoplia, algunas serán consecuencia del desarrollo militar espontáneo, común a los ejércitos europeos, y otras las adoptará por su permeabilización con distintas culturas.

En este siglo XIII reconocemos el uso generalizado de la loriga o cota de mallas, cuyo nombre en la Corona de Aragón, en las lenguas vernáculas aragonesa y catalana, fue azberc. La loriga cubría el torso y los brazos del caballero. Iba provista de manoplas, en cuyas muñecas existía una abertura para extraer las manos. Otro modelo de loriga más pequeño era el denominado camisol. Se trataba de una camisola de mallas o lorigón, por lo general, de manga corta. Creemos que su uso estaba destinado a la infantería o la caballería ligera. En las piernas el caballero se colocaba las calzas de malla o brahoneras, ligadas al cíngulo mediante cordones. En este sentido, el desarrollo evolutivo de la armadura medieval se mantuvo prácticamente inalterado en toda la centuria. Las lorigas podían ser galvanizadas o negras, como muestran las fuentes. Se colocaban por la parte de abajo y cubrían la práctica totalidad del cuerpo del guerrero. Es a finales de este siglo XIII cuando podemos apreciar nuevos elementos que vendrán a complementar la loriga. Así, un documento de la encomienda templaria de Monzón de 1289 da conocimiento de las denominadas cuirasses, armaduras de cuero con piezas de acero en su interior que se colocaban sobre el azberc. Al parecer, nos encontramos ante modelos arcaicos de brigantinas, armaduras que se harán comunes a partir de la segunda mitad del siglo XIV.

Los cascos que el siglo XIII hereda de la anterior centuria son el capacete, con o sin nasal, y el casco cónico con nasal. Durante este siglo, estos dos modelos de casco continuarán utilizándose, como muestran las fuentes. Bajo el casco, el caballero usaba el almófar, denominado campamayl en las fuentes documentales aragonesas. El almófar cubría toda la cabeza, podía ser exento o unido a la loriga y, en ocasiones, protegía la boca con una prolongación denominada ventalle. El capacete, propio de los ejércitos hispanos, al igual que el casco cónico con nasal, se colocaba sobre el almófar con el barbuquejo bajo la barbilla. En las primeras décadas del siglo, el casco con nasal evoluciona. El caballero coloca protecciones metálicas en la zona de los ojos y la nariz, constituyendo los primeros ejemplos de yelmos tempranos. El yelmo terminará por cubrir la cabeza completamente, y en algunos casos tendrá una forma característica, con la parte de arriba plana; será el denominado yelmo de tonel, ya instituido completamente en la panoplia básica del caballero europeo hacia 1250. Los caballeros aragoneses no fueron una excepción. Estos tres tipos de casco eran propios de la caballería, sobre todo el yelmo. La característica más particular que muestran las fuentes pictóricas es que el caballero prolicromaba su casco. En las pinturas de la conquista de Mallorca, los caballeros aragoneses y catalanes utilizaban el soporte metálico del casco para pintar los colores propios de su casa o su señor.

Las fuentes también informan de los elementos que eran propios de la infantería. El documento templario de 1289 da cuenta de cascos denominados capels de ferre. Se trata de un tipo de casco llamado capelina, con forma de sombrero. La biblia de Maciejowski los presenta en la cabeza de los miembros de la infantería, por lo que se infiere que, en el caso de la encomienda templaria de Monzón, protegería la cabeza de los sargentos templarios. También podían ir policromados, o no. Otro de los cascos propios de la infantería era el capacete, al igual que la capelina se colocada en la cabeza sin almófar.

Bajo el casco y el almófar, el caballero se colocaba una cofia de perpunte, la denominada cofia de armar. Era acolchada y protegía la cabeza, tanto de los golpes del enemigo como de las propias agresiones del almófar y el casco. Cuando no se llevaba almófar, también protegía la cabeza, esta vez únicamente bajo el casco.

Como se ha señalado anteriormente, el caballero europeo del siglo XIII viste sobre la camisa el gambesón, pieza que en la Corona de Aragón se le denomina perpunte. Sobre él se pone la loriga o cota de mallas, y encima la sobreveste, fijada a la cintura mediante un cíngulo o cinturón de cuero. El propio Jaime I en el Llibre dels feyts informa de que su perpunte ha sido dañado por el enemigo, por lo que nos obliga a pensar que lo llevaría en una posición principal, expuesta a los golpes. Asimismo, las pinturas murales de la conquista de Mallorca del Museo Nacional de Arte de Catalunya muestran a los caballeros aragoneses vestidos con una prenda larga sobre una saya o sobreveste heráldica, y, a su vez, todas estas prendas encima de la loriga. Han invertido el proceso. Las características de la prenda principal nos inducen a pensar que se trata de un perpunte sin mangas, que los caballeros colocarían para complementar la loriga. Sin duda, la utilización así de este elemento tiene su lógica: era más caro y complicado reparar una cota de mallas que un perpunte, eso tal vez explicaría la predilección de los caballeros aragoneses y catalanes por colocar esta pieza arriba de todo.

Para terminar, tenemos que decir que el uso de la sobreveste también se hizo general. Bien se utilizó bajo el perpunte o sobre la loriga, pero solía mostrar los colores de la casa nobiliaria. Era una prenda propia de la caballería.

Sin duda las dos armas fundamentales de las guerras medievales en la península ibérica fueron la espada y la lanza. La lanza no sufrió variación alguna entre los siglos XI, XII y XIII. La del siglo XII en la península, incluida la Corona de Aragón, crece en tamaño con respecto a la de la centuria anterior. Mide de 35 a 45 cm. de largo, y mantendrá estas medidas para todo el siglo XIII, algo que propiciará que las armaduras defensivas y los escudos evolucionen para detener este tipo de armas.

La espada, por su parte, es el arma medieval por antonomasia. Define al caballero y es un símbolo religioso en sí, más, si cabe, en los convulsos siglos XII y XIII, donde las bases ideológicas de la cristiandad andan redefiniéndose con la oleada de fervor que suponen las cruzadas. La espada es un símbolo de Dios. Otras armas son el hacha, la maza o la daga.

DARÍO ESPAÑOL SOLANA
Miembro de la Sociedad Española de Estudios Medievales.

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